SACRIFICIOS
Un relato quizá comprensible
Ha quedado atrás una fea semana
de marzo en el Reino de España, con inexplicadas inundaciones en el norte del
país (desbordamiento del río Ebro), con absurdos calores veraniegos en el sureste
de la nación, con los 150.000 millones de euros que cuestan los perturbadores
endocrinos a los europeos (cáncer, diabetes, obesidad, infertilidad..), con la
certificada pobreza que sumerge a 12,5 millones de españoles (Comisión Europea)
y con los probados retrocesos de Europa en materia de protección de sus espacios naturales
(Agencia Europea de Medio Ambiente – Informe 2015).
Pero la pasada semana ha sido
también la escogida por la periodista norteamericana Naomi Klein para describir en una colección de artículos el sistema que provoca tanta desgracia y tanto retroceso. Después de apabullarnos
con su libro “No logo” (1999), mostrando las trampas y miserias de las
corporaciones multinacionales, Klein entra en el debate sobre el
cambio climático y sus consecuencias. Este sería el resumen de su último libro ("This changes everything: capitalism vs the climate"- diciembre 2014), de donde derivan los artículos mencionados .
A estas alturas, parece evidente
que la mayoría de los políticos del siglo XXI se opone a frenar el cambio
climático de manera firme. Dejadas atrás las payasadas del negacionismo,
demasiado estúpidas para perdurar ante tanta evidencia, los argumentos para
rechazar acciones decididas contra el calentamiento global se basan ahora en
dos grandes “excusas”: la dificultad de poner de acuerdo a todos los países y
el sacrificio que esas acciones supondría para la población.
La dificultad es una
excusa ridícula. Antes de que el mundo se globalizara, los políticos fueron
capaces de superar todas las dificultades estratégicas e ideológicas para
frenar la carrera de las armas nucleares y evitar su propagación (Tratado de no
proliferación de armas nucleares - 1968). Otra dificultad superada fue la firma
del Protocolo de Montreal (1989) para defender la capa de ozono frente a los
gases CFC y halones industriales. En 2014, el agujero abierto en la capa de
ozono seguía retrocediendo lentamente, revertiéndose el problema. Tampoco tuvo
problemas mayores el acuerdo de Bretón Woods (1944) que creó un nuevo sistema
comercial internacional.
En cuanto al sacrificio
que supondría para la población el disminuir la quema de energías fósiles, desprecia la
inteligencia del ciudadano. Después de treinta años de declive social (desde
1985) los ciudadanos saben mucho de sacrificios: pensiones reducidas;
disminución de los derechos laborales; penuria laboral; salarios en caída
libre; energía más cara; enseñanza más costosa; salud más cara y privatizada; intoxicación
masiva alimentaria y respiratoria; pandemia de cáncer;… Estos sacrificios, impuestos o derivados de la actuación empresarial, ¿atienden al bienestar de la sociedad? En absoluto. Su llegada
obedece al deseo de estabilizar el sistema que, precisamente, hace la vida más cara y más
precaria.
Al mencionar “el sistema” se está
identificando la raíz de la inacción y de la desgana ante el cambio climático,
porque actuar contra el calentamiento supone entrar en colisión con el
capitalismo. Ese capitalismo fundamentalista y extremo, ahora
rebautizado púdicamente como neoliberalismo, que favorece a las corporaciones
multinacionales recurriendo a tres factores: la privatización de los bienes
públicos; la desregulación de las corporaciones financieras y empresariales
(Consenso de Washington – 1990); y la disminución de las tasas e impuestos a
esas corporaciones.
Las supuestas ventajas de estos
tres factores benefician sólo a una élite, pero sus consecuencias son
nefastas para el resto de la sociedad al crear una gran inestabilidad en los
mercados financieros con las reiteradas crisis que genera la especulación institucionalizada, aumentar la pobreza de forma general y provocar el deterioro y ruina de infraestructuras y servicios públicos, sin mencionar el agravio de los
excesos de los más ricos, a veces mostrados como vergonzosos ejemplos de buen desarrollo e innovación.
En esta situación de dominio global “neoliberal”, los gobiernos centrales se encuentran voluntariamente atados de
pies y manos ante el cambio climático. La consecuencia es la imposibilidad manifiesta de que los poderes públicos favorezcan la implantación paulatina de una
sociedad y unos servicios “bajos en carbono” desde instituciones desmanteladas.
Cualquier medida tendente a regular, tasar o penalizar el uso de combustibles
fósiles es rápidamente calificada desde el núcleo duro del sistema como formas
de control socialista, comunista o populista.
Cualquier iniciativa para favorecer
e impulsar las energías limpias y renovables mediante ayudas públicas se
transforma en un atentado contra las subvenciones y las ayudas que hoy reciben
el carbón y los derivados del petróleo. De ahí la paulatina retirada de
ayudas a las energías renovables (solar y eólica) en el Reino de España a
través de gobiernos socialistas y conservadores.
Si el cambio climático es ya una
fuente de pobreza y de dolor añadidos, lo de menos serían los miles de afectados
por las recientes inundaciones del Ebro, con las 10.000 cabezas de ganado ahogadas y las pérdidas económicas para el conjunto del país (reconstrucción de infraestructuras
destrozadas, indemnizaciones a los afectados, lucro cesante, pérdida de
cosechas, sangría para los seguros y reaseguros). En realidad, lo peor es la
desgracia social.
El desempleo estable, las
condiciones de trabajo degradadas, la imposibilidad en los jóvenes de
independizarse son anécdotas ante la meridiana verdad de que la educación ya no
es sinónimo de avance social. Esa especie de pacto social acordado hace cincuenta años, que buscaba el bienestar para todos y la posibilidad de alcanzar una
sociedad más igualitaria, se ha hecho pedazos porque la gran fiesta prometida ha resultado
ser para unos pocos. La magia del consumo, la libertad de comprar, ha terminado
por desplazar otras libertades. Las protestas están mal vistas y pocos se
atreven a parpadear ante el saqueo de la sociedad y el agotamiento de los
recursos que nuestros nietos necesitan para sobrevivir.
Lo que nos queda es una sociedad rota
e integrada por individuos solitarios que sería necesario reinventar. Para
algunos analistas sociales la respuesta es más que una simple teoría social. Crear sociedades de intereses donde compartir, en lugar
de competir, ofreciendo la seguridad y el respeto que el neoliberalismo y los
mercados no ofrecen y nunca ofrecerán. Crear otra forma de educación, lejos de
la actualmente programada para acceder a un empleo (que no se alcanzará) y que, en
cualquier caso, habrá sido ideado para beneficio de unos pocos.
Hay otra clase de sociedad y de
economía que toma decisiones a nivel local, donde priman la empatía y la
solidaridad, respetuosa con la naturaleza y con el futuro amenazado por el cambio climático. Personalmente, cada vez que leo o escucho a quienes expresan estas ideas me acuerdo del Evangelio.
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