LAS PENAS y ALEGRÍAS DEL MEDIO AMBIENTE, sus políticas y sus políticos.

jueves, 26 de abril de 2012


SOMOS LO QUE COMEMOS
Pero,...¿sabemos lo que comemos?

Viajaba ayer en coche hacia Santander, perfectamente empujado desde la popa por la ventolera de la borrasca Petra, cuando, a la altura de Lerma, tuve una especie de “shock”. Escuchaba por la radio la cuña publicitaria de unos grandes almacenes españoles (aunque su nombre despista porque parecen británicos). El locutor tenía el tono alborozado de quien lanza una noticia maravillosa. Más o menos decía así: “¡Como siempre, nuestra pescadería recibe a diario el pescado más fresco y variado, directamente llegado desde nuestras Lonjas! ¡Hoy, el filete de Panga, a cuatro euros y medio el kilo!”. 

La tensión arterial me subió unas décimas. En una simple frase los grandes almacenes españoles de nombre británico me habían lanzado cuatro mentiras, un puñado de desprecio a la inteligencia del consumidor y un insulto al honor de nuestros pescadores. Sentí vergüenza ajena.

Días atrás, un estremecedor documental emitido por la cadena franco-alemana ARTE desvelaba a los ciudadanos europeos las miserias del comercio de ese pescado llamado Panga. Apañado en Vitnam (observen que digo “apañado”, en lugar de criado o producido), el pez de agua dulce denominado Panga llega hasta los arcones del supermercado fileteado y congelado. El documental, que debería calificarse de “interés público” y de obligada emisión en todas las cadenas de televisión de la Unión Europea, era una producción alemana. El equipo de rodaje se hacía pasar por un grupo comercial europeo para adentrarse en el delta del Mekong en busca de las granjas de Panga. Era una pesadilla. 

Panga (Pangasius hypophthalmus). Pez asiático de agua dulce

En las marismas del Mekong, rodeado de poblaciones cuyas aguas fecales vertían directamente al río, se extendían docenas de balsas cargadas de Pangas. Las aguas del gran río, rebosantes de contaminantes humanos,  eran bombeadas a estanques donde los peces, unos encima de otros, morían por docenas. Los cadáveres de Pangas panza arriba se amontonaban por los bordes y nadie se molestaba en retirarlos. El pienso, administrado sin control, se amontonaba y pudría en el fondo de los estanques impregnando el aire de la zona de un olor nauseabundo. El equipo de rodaje, incluidos sus acompañantes vietnamitas, se cubrían la nariz con pañuelos.


El "panga-farming" prospera en China y Vietnam. Europa aumenta
 progresivamente las importaciones de este alimento de baja calidad,
distribuido en comedores y cocinas colectivas.




La cosecha de peces, someramente recogida a paletadas, era truculenta. Las Pangas, evisceradas y descabezadas, eran introducidas en cubas parecidas a hormigoneras llenas de amoniaco para destruir bacterias y dejar la carne convertida en una pasta blanducha y blanquecina de sabor indefinido. La pastiforcia insípida con forma de filete es lo que dan a nuestros hijos en el comedor del colegio, a nuestros abuelos en la residencia y a nuestros enfermos en los hospitales. Hasta la OCU, tan prudente, se ha quejado de esta basura.
Es lo que algunos quieren colarnos como “pescado de nuestras costas y nuestras lonjas”. Otros, con menos escrúpulos, anuncian como "Lenguadina", "Solla" o "Platija" lo que no es otra cosa que Panga. Ellos pagan unos céntimos por la Panga del Mekong que luego pretenden vendernos a cuatro euros y medio, como si fueran merluzas del El Cabo. Nosotros somos tan bobos que compramos ese alimento de quinta categoría, cargado de mercurio, trifluoralina, amoniaco, bacterias, arsénico y antibióticos, despreciando las exquisitas caballas y sardinas frescas del Cantábrico y el Mediterráneo, más baratas, sabrosas y repletas de salud. En incontables ocasiones, se ha solicitado a China y Vietnam que las granjas productoras de Panga con destino a Europa se sometan  a las normas sanitarias de la Unión Europea, pero sin resultado. Alguien se está forrando a nuestra costa. 


La Panga prácticamente carece de Omega 3, pero no sabe a nada y no tiene
espinas. Ideal para niños, ancianos y enfermos.

Pienso en la catástrofe ecológica y sanitaria de la Panga, alimentada con soja transgénica y dopada con hormonas femeninas extraidas de orina de mujeres. Con la cabeza repleta de Pangas, llegando a Burgos me entran ganas de vomitar. Pienso que podría hacerlo encima de algún responsable de compras de los grandes almacenes españoles con nombre británico. Pero la culpa no la tienen los ellos y tampoco los cultivadores vietnamitas que sobreviven gracias a la Panga. La culpa la tiene el consumidor desinformado y analfabeto, convertido en consumidor saqueado y explotado. Hay que espabilar un poco más.

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