CONSUMO RESPONSABLE
No tienen arreglo
Acudes a un congreso,
conferencia o reunión de trabajo y ves sobre las mesas, perfectamente
colocados, la carpeta de documentos, el Orden del Día, un manojo de folios en
blanco, el bolígrafo de usar y tirar, el vaso y el botellín de plástico con
agua mineral o de “mesa”. En Europa, sobre
las mesas de trabajo hay jarras con agua del grifo. Desde las reuniones
empresariales y políticas, la imbecilidad del agua embotellada se ha trasladado
a los restaurantes y bares, incluso hasta los más cutres y apartados. En una
aldea del interior de Cantabria, este verano se me ocurrió solicitar al
camarero, con mucha educación y gran sonrisa, una jarra de agua local y
municipal. La respuesta fue contundente: “Si quieres agua del grifo, ahí al
lado hay una fuente de la ostia”.
Días después del encuentro con
el obtuso restaurador, se me antojó degustar un pescado azul, local y de
temporada en un buen restaurante de la costa cántabra. Al explicar mis
pretensiones al “maître” me miró
alucinado, pero yo le tranquilicé con un amplio abanico de opciones:
-No tengo preferencias. Pueden
ser bocartes, sardinas, caballa, jurel, algún túnido o incluso palometa.
-No tenemos nada de “eso”,
caballero – dijo con desdén.
-Entonces tomaría alguna
especie de fondo de estas aguas tan productivas, como faneca, salmonete,
maruca, lenguado, gallo, cabra, rape, rascacio,…
-Solamente lo que ve en la
carta – cortó irritado el “maître”.
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Pez Rey |
En la carta aparecía besugo,
merluza, lubina, dorada, rodaballo, calamares encebollados y Pez Rey. El besugo,
prácticamente extinto en el Cantábrico por la sobrepesca, me llamó la atención
y pedí puntualizaciones. El “maître” aclaró que, en realidad, se trataba de un
“pancho”, pariente del besugo y de inferior
calidad. El resto debía ser de pescado de acuicultura porque eran peces “de
ración” y pequeño tamaño. Las únicas opciones decentes en la carta eran la
merluza, llegada hasta allí desde cualquier océano del planeta, y los
calamares. Escogí los calamares, por ser una especie de crecimiento rápido y
previsiblemente atrapada en las aguas costeras más próximas. Algunos de mis
compañeros de mesa se inclinaron por el exótico Pez Rey.
Cuando llegó la hora de las
bebidas solicité agua fresca.
-¿Con gas o sin gas? – preguntó
distraidamente el “maître”.
-Evidentemente del
ayuntamiento, en una jarra y con un par de hielos flotando – respondí.
-No tenemos jarras – aseguró.
-Pues me trae dos vasos
grandes y ya me organizaré. Si se me acaba le pediré más.
Se fue sin responder. No me
equivoqué con los calamares, pero quienes habían pedido Pez Rey quedaron
chasqueados. En el plato que les pusieron delante había un pececito de piel
anaranjada, ojos muy grandes y escasas carnes. Mis amigos se quedaron con hambre.
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Acoso de Greenpeace a un arrastrero de profundidad |
Antes de los postres, una
chica mona vestida de cocinera ataviada de “chef”, con blusa blanca abotonada
hasta el cuello, mandil negro arrastrando por los suelos y gorrito negro, se
acercó a nuestra mesa para sondear nuestro grado de satisfacción. Mis amigos se
quejaron suavemente de la escasez del Pez Rey. Ella, sin perder la sonrisa,
explicó que últimamente los vendedores solamente ofrecían ejemplares pequeños.
No me puede contener.
-El Pez Rey es una especie de profundidad, escaso metabolismo, crecimiento
lento y azarosa reproducción. Pescarlos y comercializarlos es una barbaridad y
la prueba es que han acabado con los ejemplares adultos y ahora están saqueando
los pequeños. Estimada “Chef”, no
debería comprarlos y ofrecerlos a sus clientes, sino seguir la corriente europea
de ofrecer en su cocina pescado sostenible y local, preferentemente etiquetado.
El secreto está en una cocina innovadora que saca partido a productos
corrientes, baratos y abundantes, no en preparar especies en peligro de
sobreexplotación.
La joven del gorro negro me
miró horrorizada y confesó no saber nada al respecto, retirándose con la
sonrisa congelada.
Lo del agua embotellada es,
sin embargo, mucho más grave y profundo. Hacer negocio vendiendo en los
restaurantes el litro (kilo) de agua al precio de la merluza fresca,
embotellada en envases de plástico contaminante y sin que los clientes
reaccionen, es una prueba de la grado de memez que últimamente paraliza a la sociedad
española. Una sociedad que, al parecer, considera al agua potable del servicio
público tan peligrosa como la que puede manar de los grifos en Bangladesh.
La tarea de desinformación
llevada a cabo por los cretinos de siempre, en el sentido de pregonar las
virtudes del agua potable “privatizada” empieza por negarte el agua del grifo
en los restaurantes y enchufarte la basura del agua embotellada. Ya va siendo
hora de reaccionar para poner a esa gente en su sitio. En otra ocasión
comentaré las porquerías que se están detectando en el agua mineral (?) embotellada.
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