ASUNTOS RURALES
Cáncer de vejiga
Hace más de veinte años, la política agraria europea nos incitaba
a redescubrir el bucólico mundo rural. Nos decía que el campesino europeo había
dejado de ser el correoso ciudadano sujeto al arado y a la tierra, conservador,
alejado de la cultura y abandonado por los servicios de la sociedad industrial.
Muy al contrario, el agricultor europeo debía ser contemplado como el gran
aliado de la naturaleza, modelador del paisaje y protector de la biodiversidad,
proveedor de comida saludable, garantía de nuestra seguridad alimentaria y heredero
de un formidable tesoro patrimonial.
Se estimulaba una cosa muy nueva llamada “turismo rural” y la
interacción entre el campo y la ciudad para crear una Europa cohesionada y
armónica. Todo ello financiado con subvenciones y ayudas generosamente
distribuidas por la PAC (Política Agraria Común).
En realidad, era un espejismo.
El agricultor europeo se ha transformado en un burócrata
cabreado, atado a las ayudas públicas y a los mercados. Los precios de venta de
sus productos son tan míseros e irreales que hace inviable su generación, de no
mediar las subvenciones. Aunque éstas suelen beneficiar, de forma particular, a
los grandes propietarios de tierras (En el Reino Unido, 174 grandes propietarios
rurales se reparten 145 millones de euros en ayudas públicas al año).
Hace unos días, un viticultor de la Borgoña francesa ha sido
llevado a juicio por las autoridades (Prefectura) a causa de su negativa a
aplicar un violento pesticida “preventivo” contra la “flavescencia dorada”, grave enfermedad de la vid transmitida por un
insecto cicadélido volador. Fuera del
juzgado, en la calle, docenas de colegas aplaudían a un agricultor que, por
fin, plantaba cara a los burócratas, a la poderosa industria química y a los
“mercados”. El juez, entendiendo las razones de un viticultor con sentido
común, le imponía la simbólica multa de 1.000 euros (500 de ellos suspendidos –
en sursis).
El caso del agricultor borgoñón es una excepción. Los
mercados globales de alimentos aprietan, el lobby químico empuja y las poderosas
cadenas de distribución ahogan. En definitiva, cultivar vegetales y criar animales
en Europa es un oficio estresante, ruinoso y cargado de amenazas. La menor es
el cambio climático que inunda los campos, arrasa las cosechas o las quema con
sequías bíblicas. Lo malo no es competir contra productos agrarios llegados de
las cuatro esquinas del mundo con un no contabilizado coste ambiental y desde
lugares donde se trabaja por un euro al día en condiciones de semi-esclavitud.
Lo insoportable no son las draconianas medidas (Condicionalidad) que debe
cumplir un agricultor europeo para recibir las vitales ayudas de la PAC. Lo
triste no es que los cretinos que les gobiernan les cierren el ambulatorio del pueblo,
la escuela rural de sus hijos o la estación donde paraba el tren para ir a la
ciudad… Lo peor es morir envenenado.
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El moderno agricultor europeo |
Una de las crecientes causas de mortalidad y miseria en los
campos europeos son las enfermedades neurológicas, como el Parkinson, el cáncer
de la vejiga urinaria o el cáncer de testículo y próstata. Manipulando a diario
un arsenal de basura química, que incluye abundantes perturbadores hormonales,
los agricultores europeos están condenados. La pésima regulación de un producto
agrario como el metaldehido, imposible de extraer del agua potable cuando se
filtra hasta los acuíferos, se combina con el abundante empleo de insecticidas
a base de nicotinoides cuyos efectos se desconocen. En los ríos del cantón
suizo de Vaud, el 5 de marzo de 2014 se detectaban 104 contaminantes, la
mayoría pesticidas procedentes de la agricultura
De poco les sirve a los agricultores renunciar a los tóxicos
y apostar por la agricultura biológica ya que, después de enfrentarse a sus
colegas y vecinos de parcela, horrorizados por codearse con campos y cultivos
no tratados, luego tendrán que someterse a una reglamentación exhaustiva y a
menudo inútil pues sus productos “bio” nacen y crecen rodeados de veneno.
Finalmente, corren el riesgo de verse ante la justicia por negarse a intoxicar
sus tierras y su salud. Nuestra salud.
Existe un vergonzante pacto de silencio ante los
agroquímicos. Los políticos conocen el inaguantable problema que vive el campo
europeo. Lo saben y lo marginan, confiando en el tradicional conservadurismo
del mundo rural, en su capacidad de sufrimiento, sometimiento, desorganización
y dispersión. Los cretinos tienen del agricultor la misma imagen que de los
jubilados: son gente respetuosas con el poder, ingenuas, sufridas y fáciles de engañar, ya
sea con agroquímicos venenosos o con “acciones preferentes”.
En algunas naciones ricas e informadas de Europa, como
Alemania, Francia o el Reino Unido, la ciudadanía recurre a los alimentos sin
química. Pero en las sociedades empobrecidas por la crisis neoliberal y embrutecidas
por el abandono cultural, la población se envenena lentamente a través de una
agricultura intensiva repleta de toxinas y cancerígenos tan peligrosos como el
benceno (principal componente de los pesticidas) que acortan su esperanza de
vida y que están destruyendo su capacidad de reproducción.
En efecto, el Inserm
(Institut National de la Santé et de la Recherche
Médicale- Francia), acaba de publicar su nuevo informe en la revista “Reproduction” (24 de febrero de 2014).
En el estudio, llevado a cabo en 2012 sobre 26.000 hombres, se ha confirmado el
paulatino descenso de la fertilidad masculina en Francia. El descenso no es
homogéneo y afecta con mayor intensidad a los departamentos de Aquitania y de
Midi - Pyrénées. Se trata de dos regiones francesas particularmente expuestas a
los pesticidas agrarios, ya que albergan la mayor actividad agrícola del país.
En el muestreo del Inserm de 1989, los hombres en Francia disponían
de una media de 73,6 millones de espermatozoides por mililitro de semen. En 2005,
la media había bajado a los 49,9 millones, con un descenso de 1,9 millones por
año. Ahora se han medido los porcentajes de “normalidad” de los diezmados espermatozoides
con el resultado de que, en esas dos regiones, la normalidad ha pasado del
60,9% al 39,2% (el límite oficial de la esterilidad masculina está en poseer,
al menos, el 20% de espermatozoides normales, según la OMS).
El Inserm intentó
atribuir el descenso de la capacidad reproductiva a cambios genéticos, pero no existía
espacio temporal para resultados tan veloces y drásticos por lo que el fenómeno
tenía que deberse a condiciones ambientales externas. La coincidencia entre la disminución
de la fertilidad y mayor presencia de pesticidas agrarios con perturbadores
hormonales invita a pensar que existe una estrecha relación entre ambos
conceptos. Sin la menor duda, en el Reino de España los porcentajes deben ser muy
similares, especialmente en regiones vinícolas de La Rioja, La Mancha, Penedés,
Priorato, Ribera del Duero,… ya que el cultivo de la vid es uno de los que hacen
más intenso uso de pesticidas.
El cultivo de maíz (generalmente para forraje) es uno de los que mayor erosión produce en los suelos europeos |
Las subvenciones de la PAC y ciertos modelos de explotación
agraria son taras de nuestra agricultura difíciles de visualizar porque, a
pesar de la supuesta “interacción del mundo urbano y rural”, la mayoría de los
europeos sabemos muy poco sobre agricultura. Como ejemplo, el cultivo del maíz,
usado para alimento de las vacas en Cantabria, es uno de los que producen mayor erosión en los suelos. Se calcula que diez hectáreas de maizal
generan la misma erosión que 375.000.000 litros de agua corriendo sobre esa
superficie y arrastrando la tierra fértil. Al contrario de la pradera
tradicional, los maizales son los principales responsables de la turbidez de los ríos cántabros y de las aguas costeras tras
las lluvias.
Sería de interés social conocer estudios españoles sobre
epidemiología rural y reproducción humana, como hacen los franceses. Sería
importante revisar los sistemas productivos agrarios y ganaderos. Sería
necesario divulgar que cada vez se necesitan más potabilizadoras de agua para
extraer los nitratos infiltrados en los acuíferos por culpa de la agricultura. Pero necesitaríamos saber cuántos pesticidas, imposibles de filtrar, llegan hasta
los grifos y las botellas de agua “mineral”. Tendrían que decirnos cuanta
fertilidad les queda a los varones de Europa y del Reino de España.
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