LAS PENAS y ALEGRÍAS DEL MEDIO AMBIENTE, sus políticas y sus políticos.

martes, 29 de mayo de 2012


ECOLOGÍA Y SOCIEDAD
Medio ambiente y religión


Solo el título incomoda ¿verdad?... ¿Qué tendrán que ver las religiones con el entorno natural y su conservación? Aparte de que las dos terminan en “ología” ¿hay relación entre ecología y teología? Seamos valientes y entremos al tema sin temor porque las relaciones de las diferentes religiones con la Naturaleza es asunto muy entretenido y que ocupa a los antropólogos, arqueólogos y etnógrafos desde siempre.

Tengo dos justificaciones. La primera es la malsana curiosidad. La segunda, tiene más enjundia. La humanidad se enfrenta al hambre crónica, a la escasez de agua potable y de recursos, a la penuria energética, a la explosión demográfica y (lo peor) a una alteración de los mecanismos que regulan la vida en el planeta y que puede organizar una buena zapatiesta en décadas venideras. Son desafíos tan deprimentes que invitan a dirigir la mirada hacia referentes morales y éticos. Y, según parece, las religiones reclaman esos referentes de manera insistente y exclusiva.

Un recorrido por la historia de las religiones nos enseña que cuanto más primitivas son, más se lían mezclando el mundo físico con el espiritual. Pero ese primitivismo convertía a la especie humana en una pieza más del complejo universo (una fibra más del tejido de la vida). Por su parte, las religiones “modernas” brotadas de los libros (Biblia, Corán) despegan al individuo del entorno y lo elevan a niveles sobrenaturales, que es donde el ser humano encontraría su verdadero destino. Por tanto, la vida terrestre es accesoria, transitoria, molesta: un castigo y un valle de lágrimas. La lógica consecuencia es un distanciamiento de la naturaleza. 

¿Sabemos usar el planeta en el que vivimos? ¿Traía prospecto o manual para usuarios y en varios idiomas? Para las religiones derivadas de la Biblia, el “fabricante” de la Tierra dejó escrito, en el apartado titulado Génesis, un manual de uso y gestión que dice, de forma muy resumida, más o menos así: “Creced y multiplicaos, extenderos sobre la faz de la tierra y dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y las criaturas que se arrastran sobre la tierra”.

¿Alguna advertencia sobre las consecuencias de un mal uso del planeta y sus piezas sueltas? ¿Recomendaciones sobre garantías de duración? No consta. Por si existían dudas acerca de la licencia plenipotenciaria del hombre para explotar la Tierra a su antojo, en el siglo XVIII surgieron tímidas inquietudes sobre la debilidad de ciertos animales ante la presión del hombre. Ni que decir tiene que fueron rápidamente acalladas. Eran las primeras voces conservacionistas, preocupadas porque determinadas especies de peces llegaran a extinguirse.

Uno de los hombres sabios de la Iglesia, San Agustín, explicó que cualquier insinuación sobre el poder del hombre para alterar o destruir la Creación divina, por excesiva explotación, era sospechosa de blasfema. Quien así pensaba, ponía en duda la perfección del acto creador y erigía al ser humano a la altura del mismo Dios. Lo que es absolutamente inaceptable. “Dios proveerá”, es el resumen de un concepto de la Tierra, forzosamente fértil y obligatoriamente suficiente para acogernos a todos.

El estado de la cuestión

Para los estrictos guardianes de la doctrina, la posible intromisión del hombre en la Creación resulta insoportable. No hay cambio climático (salvo el diseñado por Dios y nunca por causa de las actividades humanas), no mengua la biodiversidad (sin permiso de Dios), hay petróleo para siempre (Dios proveerá). De todas formas, si acaso sobreviene una situación catastrófica, no sería fruto de la ambición o la estupidez humanas, sino por voluntad de Dios.

Decir que la especie humana es depredadora y que destruye por simple placer, no desvela ningún secreto. Semos ansín. Si encima dispone de autorización divina para saquear, tenemos ante nosotros el perfecto “Terminator”. En esta coyuntura se entiende que algunos iluminados nos reconozcan como una plaga indeseable. En cualquier caso, la llamada "civilización occidental", cristiana por definición, está imbuida de una idea recurrente: estamos aquí de paso. Lo que se traduce en un  "saca lo que puedas" y los que vengan detrás que arreen.

La pregunta es si esas religiones que nos aúpan por encima de los simples cuadrúpedos (no a todos, evidentemente), servirían para contener nuestra furia destructiva. Indagar si la religión nos podría impulsar a pensar en el porvenir de la humanidad. Hubo un tiempo cercano, cuando la Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro - 1992) reflexionó sobre asuntos como el cambio climático, la desertización galopante, la penuria de agua potable o la pérdida de biodiversidad (la sexta extinción masiva), en el que algunos ingenuos se volvieron hacia las religiones en busca de complicidad y ayuda.

No encontraron respuestas. Algunas religiones son intrínsecamente incompatibles con la protección de la naturaleza. Otras están muy ocupadas ampliando áreas de influencia, controlando al personal, haciendo caja o mirándose extasiadas el ombligo.

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