LAS PENAS y ALEGRÍAS DEL MEDIO AMBIENTE, sus políticas y sus políticos.

martes, 24 de noviembre de 2015

PETROLEO Y CRISIS CLIMÁTICA
Asesinos islamistas y sequía




Se acerca la Conferencia sobre el cambio climático en París, el 30 de noviembre (COP 21), y se profundiza la esquizofrenia que atenaza al mundo. Crece el enfrentamiento entre los combustibles fósiles y la inercia de un sistema económico basado en los hidrocarburos, con la necesidad de frenar las emisiones para reducir los efectos de la catástrofe climática.

La COP 21 sufrirá toda clase de presiones, en las calles y en los pasillos de la Conferencia, para evitar reducir demasiado la explotación y el consumo de las energías fósiles. Es difícil saber qué sucederá al término de la Conferencia, aunque se sugiere unos acuerdos mínimos y que no empezarían a aplicarse hasta dentro de cinco años.

Pero debajo de los movimientos empieza a dibujarse otra clase de emergencia que liga el terrorismo islamista con el desbarajuste climático. Hagamos un pequeño esfuerzo por observar la realidad desde otros puntos de vista.

La salvaje guerra de Siria parece estar en el foco del islamismo radical y en la aparición del llamado Califato o Daech. La mayoría de los analistas enlazan la antigua guerra de Irak con lo que hoy sucede en Siria. Es una idea aceptable, ya que el llamado Daech se extiende sobre territorio de Siria e Irak. No obstante, veamos lo que dice la inmediata historia climática de Siria.

Una sequía que dura nueve años  

La región que ocupa Siria ha venido sufriendo, históricamente, ciclos de grandes sequías. A finales del siglo XIX, cuando Siria estaba controlada por el Imperio Otomano, las fuertes sequías se sucedían cada 55 años. Más tarde, los períodos sin lluvia se fueron instalando con más frecuencia, cada 27 años, cada 13 y hasta cada 7 años, en lo que llevamos de siglo XXI.

La última sequía siria data de finales de 2007, se está prolongando de forma inquietante y se suma a la general penuria de agua en todo el Oriente Próximo. Hasta 2007, Siria producía 4 millones de toneladas anuales de trigo y era autosuficiente. Con el trigo, cultivado en la zona noreste del país, se fabrican los millones de obleas de pan que forman la base de la alimentación siria e irakí. Debe señalarse que las obleas de pan (“hubz”) estaban fuertemente subvencionadas por el régimen de Asad.

Entre los años 2008 y 2010, la sequía se mantuvo y se volvió más severa, provocando que la producción de trigo cayera hasta los 2,5 millones de toneladas anuales. Por su lado, la producción de cebada, fundamental para alimentar la cabaña de cabras, ovejas y pollos de Siria, descendió en 2010 en el 90% respecto de 2007.

El fantasma del hambre y la inflación de los precios en productos básicos fue uno de los detonantes de la insurrección siria de marzo de 2011. Desde el año anterior, la nueva fase de sequía había causado el éxodo de miles de habitantes desde las zonas castigadas por la falta de agua hacia las ciudades. Las protestas por la escasez de pan y alimentos, unido al sobrecoste de la energía, fueron reprimidas violentamente por la dictadura del régimen de Asad.

La brutal respuesta desató la insurrección y la guerra civil. En 2013 y 2014 la falta de lluvias hizo bajar la producción de trigo en el país a unas 1,4 toneladas. En pleno año 2014, nuevos elementos vinieron a agravar la situación alimentaria de la población, ya que el grupo Daech tomaba el control de una tercera parte de los campos de trigo y la tercera parte de las reservas de agua, al apoderarse de la presa de Tabqa (el llamado Lago Asad), en el río Eúfrates.

Para aumentar la pesadilla siria, el gobierno de Turquía, que controla el caudal del Eúfrates mediante el embalse Ataturk, cerró el grifo del agua en junio de 2014 y privó de agua a media Siria. Debe puntualizarse que la mitad del trigo sirio es de regadío. Según informaba la FAO a principios del presente año, entre 2013 y 2014 las lluvias en Siria descendieron, según las zonas,  entre el 55 % y el 85%, forzando a una subida del 100% en el precio de la oblea de pan. La catastrófica crisis hídrica de Siria es ya imparable y afecta a Jordania, Irak e Israel, consolidando un conflicto difícil de superar. Este último país, Israel, su política interior persigue controlar la totalidad del agua potable disponible, gracias a su ocupación de los Altos del Golán y de todo el cauce del río Jordán, regulando a su antojo el grifo que abastece en agua a los territorios ocupados de Cisjordania.

En la actualidad, Siria sigue necesitando entre 4 y 5 millones de toneladas de trigo anuales y apenas produce 1,4  toneladas, por lo que debe importar del exterior el 70% de sus necesidades. Hace unas semanas, Rusia donaba 100.000 toneladas de trigo a Siria, para aliviar la situación de la población y decidiéndose a intervenir activamente en la guerra civil mediante bombardeos que afectaban a todos los opositores al régimen de Asad.

Analistas sin rubor, algunos de ellos surgidos del propio mundo árabe, indican que si Daech es el arma física de un Islam fundamentalista, despótico y medieval,  que azota a la  región y al resto del mundo con sus fanáticos suicidas, Arabia Saudita y su petróleo serían, respectivamente, el arma ideológica y financiera de tal azote.

No parece caber duda del fanatismo religioso saudí, calcado del fanatismo religioso de Daech. Como muestra, acaba de ser sentenciado a muerte (probablemente por decapitación) el poeta Ashraf Fayadh, encarcelado en Arabia Saudita y declarado culpable de apostasía al haber renegado del Islam. ¿Su pecado? Vivir en un país que no respeta los más elementales derechos humanos, como la libertad de expresión y de creencias.

Es posible que la ambigüedad del mundo musulmán sea muy real, pero también lo es la ambigüedad del régimen islamista de Turquía, que trafica con petróleo de Daech, derriba aviones rusos y bombardea a combatientes kurdos enfrentados a Daech. También es ambigua la venta de armas occidentales a los regímenes del Golfo, a cambio de petróleo y gas, y ambiguo es el sostén político, financiero y comercial que reciben esas monarquías atadas a clérigos enloquecidos, por parte de Estados Unidos, Francia o Reino Unido.

Todo lo anterior está sobradamente divulgado y nos muestra la hipocresía que empapa el universo de las energías fósiles. Sin embargo, el clima es quien está en las raíces de este completo desastre. Es el cambio climático, con la miseria agraria que genera, con las migraciones que suscita y con las luchas por el agua, el gran responsable. Todos deberíamos ya identificar dónde está el gran causante del efecto invernadero. Por eso es necesario dejar el petróleo y el carbón bajo tierra y que las resoluciones de la COP 21 empiecen a conjurar la pesadilla de planeta que podemos dejar a nuestros nietos. 

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