LAS PENAS y ALEGRÍAS DEL MEDIO AMBIENTE, sus políticas y sus políticos.

jueves, 5 de diciembre de 2013

BOMBILLAS VENENOSAS
La estafa global


Bombilla de Livermore
112 años encendida
ininterrumpidamente
Han pasado doce años desde que instalé en mi casa las primeras bombillas de bajo consumo y ya empiezan a morir. Los responsables de esta inundación de bombillas fluorescentes en el mercado deberían haber previsto la llegada de este día y preparado una infraestructura para reciclar unos objetos peligrosos. A la muerte masiva de las primeras generaciones de este tipo de bombillas se suma, con la prueba del tiempo, la pobre nota alcanzada en su utilización y las torpes mentiras que han rodeado su implantación.

En realidad, el universo de la bombilla ha sido un lodazal de trampas desde que el señor Edison patentó su maravilloso filamento incandescente y se lo vendió a cuatro corporaciones multinacionales. Una de esas pioneras bombillas, con su burbuja de espeso vidrio al vacío, herméticamente cerrada y con su grueso filamento, sigue encendida desde el año 1901. En estos tiempos de productos basura resulta asombroso verla aún encendida, en tiempo real, mediante una webcam (Livermore – Pensilvania (USA) – Parque de Bomberos). Dentro de pocas semanas habrá cumplido 112 años (un millón de horas).

La promesa de un producto de tanta calidad fue saboteada en 1924 por el cártel Phoebus. Hasta ocho fabricantes mundiales de bombillas (General Electric, Philips, Osram,…) se unieron para repartirse el mercado,... con el compromiso de no fabricar bombillas que durasen más de 1.000 horas. El cártel se mantuvo hasta 1955, pero su doctrina ha pervivido hasta la definitiva muerte comercial de la bombilla incandescente en 2012 (Unión Europea). Oficialmente, la bombilla incandescente era derrochadora de energía, emitía radiaciones electromagnéticas y duraban ¡¡ muy poco!!. Para colmo te quemabas los dedos si las tocabas encendidas y eran demasiado baratas.


Las fluocompactas engañosas nos invaden

Fueron sustituidas por un diabólico invento llamado “bombilla Fluocompacta” o de bajo consumo. Prometía gigantescas reducciones de consumo eléctrico, duración eterna con la misma capacidad lumínica y gran respeto ambiental. Todo era un cuento chino: la industria de la bombilla fluocompacta necesita emplear ingentes cantidades del detestado mercurio, es más cara y apenas ahorra el 3% de la energía eléctrica con una esperanza de vida, sin duda alargada, aunque más limitada de lo previsto. Si una fluocompacta se rompe, el vapor de mercurio encerrado en su retorcido tubo escapa a la atmósfera y hay que ventilar rápidamente para no aspirarlo.

Las primeras bombillas de bajo consumo costaban una fortuna y contenían más de 10 mgr de mercurio (las fabricadas en China llevan mucho más). Mientras la Unión Europea invitaba y legislaba a favor de las nuevas bombillas y su mercurio (menos de 5 mgr en cada una), lanzaba sus maldiciones contra los termómetros clínicos de mercurio y los transformaba en objetos casi terroristas. Al mismo tiempo, su cruzada antimercurio forzaba el cierre de las minas de Almadén (Ciudad Real, Reino de España) pero miraba hacia otro lado ante fábricas como Solvay (Torrelavega, Reino de España), que sigue empleando mercurio en sus procesos catalíticos y vierte el veneno, día a día, en el Mar Cantábrico


Comparación de espectros entre diferentes clases de bombillas
De arriba a abajo y de derecha a izquierda: luz solar, bombilla incandescente, tubo de gas Néon fluorescente,
lampara de LEDs, fluocompacta de baja gama (china) y fluocompacta de gama alta (cara). Las dos
fluocompactas tienen su espectro repleto de armónicos y dañinos saltos.

Espectro de una bombilla halógena. Como el sol y muy baja en radiación Azul y Violeta. Un tipo de radiación de color que resulta perniciosa para la salud humana (rayos UV)

Cuando las bombillas fluocompactas mueren no pueden ser depositadas en la basura. Son residuos muy peligrosos que deben ser llevados a un Punto Limpio y recicladas (descontaminadas) con un importante coste ambiental. Para colmo, ahora nos aconsejan que jamás usemos estas bombillas a menos de 30 cm de nuestras cabezas (mesitas de noche, mesas de trabajo), porque emiten un considerable campo electromagnético. Tampoco debemos fiarnos de su luz, pobre en el espectro de frecuencias y deformadora del color. Además, su intensidad luminosa, medida en “candelas”, es miserable. Una antigua bombilla incandescente de 650 candelas (60W), tendría su equivalente comercial en una fluocompacta de 8W que proporciona 340 candelas.

Si nos centramos en la gran excusa para promocionar la bombilla fluocompacta, el ahorro energético, nos encontramos ante una situación absolutamente idiota. La iluminación de los hogares representa entre el 2% y el 5% del consumo eléctrico total doméstico. Teniendo en cuenta que en las facturas de la energía eléctrica, en el Reino de España, los costes fijos acaparan el 70% de la cifra total (sin el 21% de IVA), la economía conseguida es ínfima y ridícula.

Bombilla de LEDs

Despreciable ahorro energético, mala calidad de la luz emitida, precio de compra elevado, efectos perniciosos por radiaciones electromagnéticas, costoso reciclaje al final de vida útil, más emisiones de CO y más mercurio esparcido en el entorno (en la actualidad, solo el 20% de las bombillas fluocompactas son correctamente recicladas en la Unión Europea). ¿Cuál es la alternativa? Nos hablan del LED y nos horrorizamos ante su precio. Pero tenemos delante la alternativa: son las bombillas halógenas.


Bombilla halógena: la perfecta alternativa

La bombilla halógena no contiene venenos, cuesta 2 euros, es solo vidrio y metal inerte, su luz es de altísima calidad y su espectro de color es el más parecido al del sol, consumiendo un 30% menos de energía que las viejas incandescentes. Si desenchufamos nuestros cargadores de móvil y apagamos los Stanby de nuestros juguetes electrónicos cuando no los usamos compensamos su sobrecoste energético frente a la fluocompacta. Con tantas ventajas, algún político idiota terminará por maldecirlas y prohibirlas.