LAS PENAS y ALEGRÍAS DEL MEDIO AMBIENTE, sus políticas y sus políticos.

viernes, 22 de mayo de 2015

ALITAS DE POLLO
Descenso a los infiernos




Mañana es una “jornada de reflexión”, previa a las elecciones del 24 de mayo de 2015 donde los ciudadanos españoles elegirán sus representantes en ayuntamientos y gobiernos regionales. Dedicar un día para reflexionar, aunque sea cada cuatro años, es buena cosa. Puestos a ello, reflexionemos sobre la desigualdad, la pobreza, la intolerancia y la podredumbre que se ha adueñado de buena parte de la sociedad española.

Hay otras reflexiones. Me siento a la mesa dispuesto a degustar una alitas de pollo cocinadas al curry y decido reflexionar sobre las aves que ahora me ofrecen sus atrofiadas y enclenques alas. Unas alas incapaces de volar. Éstas pobres alas pertenecen a un puñado de pollos jóvenes, muertos con apenas cuarenta días de edad. Porque esa es la esperanza de vida de cualquier pollo industrial, de cualquier “broiler”, que es como se llama al pollo en la espantosa jerga técnica.

Cuesta trabajo imaginarse los cuarenta días de vida del propietario de una de las alitas. Una breve y apretada vida compartiendo un metro cuadrado con otros quince o veinte compañeros, también castrados y con el pico recortado con alicates nada más salir del huevo. Dos veces al día, ochenta veces en toda su vida, en su único mundo, en el barracón del “gulag” aparecía un gran ser que se llevaba a manojos los colegas muertos y pisoteados por los demás sobre el suelo reblandecido por las deyecciones.

Morían de pánico, de asfixia y de enfermedades como la influenza, la salmonelosis, la coccidiosis, los colibacilos, las micoplasmosis, el mal de Gumboro, la ascitis, la enfermedad de New Castle,... Los que no enfermaban sufrían dolorosas quemaduras en las patas, en el pecho y en los culos desplumados, a causa del roce permanente con el amoniaco del suelo. Otros se derrumbaban y clavaban el recortado pico en el suelo, aplastados por su propio peso, deformados y aptos únicamente para ser troceados y vendidos como alitas, pechugas o muslitos sobre bandejas de canceroso poliestireno.

El guardián que pasaba a recoger los muertos cada doce horas deambulaba emitiendo espantosos gruñidos. Era una tos seca, fruto de la bronquitis crónica causada por respirar el aire del atestado barracón donde flotaban la caspa de las aves, esporas de hongos y mohos, bacterias y micotoxinas, moléculas de medicamentos y pesticidas, vapores de amoniaco y anhídrido sulfúrico mezclados con endotoxinas.




Tras cuarenta días de infierno, alguno de los 120 mataderos de "broilers" autorizados en España se llevaba en cajas a los supervivientes, mantenidos en ayuno desde doce horas antes. El hambre antes de la decapitación. Una vez vacío el “gulag”, habría sido limpiado y desinfectado con agresivos productos químicos antes de albergar a la siguiente generación de pollos recién nacidos, ya castrados y amputados, a lo largo de otros cuarenta días satánicos.

Observo las alitas de pollo en mi plato, calculando los antibióticos que acumulan en sus escasas carnes. Esos antibióticos que dejan a los humanos indefensos ante las bacterias más resistentes y peligrosas. Pienso en los blanquecinos excrementos generados por los 300 millones de aves que se “fabrican” anualmente en España, cargados de fosfatos solubles que anegan los cursos de agua y los eutrofizan .

Imagino los millones de toneladas de semillas de soja importados para alimentar a los millones de "broilers", llegadas desde Argentina o Brasil después de  desforestar las selvas y arrasar las praderas con pesticidas y transgénicos de Monsanto. Recelo de los peligrosos “campylobacter” que lleva en su piel el 85% de los pollos comercializados y que matan a miles de europeos cada año, además de causar dolorosas diarreas a otros cientos de miles.

En España se consumen 25 millones de pollos cada siete semanas. Apenas es necesario importarlos del extranjero, porque las 155.000 explotaciones esparcidas sobre nuestra geografía cubren la práctica totalidad de la demanda nacional.

No existe afán de mortificar al lector con esta desagradable reflexión. Tampoco anida en ella el deseo de sabotear un mercado, el avícola, sabiendo que para demasiados ciudadanos el "broiler" es la única fuente de proteína accesible en estos tiempos de miseria pública. Tan solo quiere ser una llamada de atención sobre nuestra insensible sociedad, acostumbrada a comer objetos industriales obtenidos con daño y dolor. 
Bajemos nuestro consumo de carne animal, aunque sólo sea por conservar un poco de dignidad y decencia, en estos tiempos de indecencia e indignidad.

martes, 19 de mayo de 2015

CANTABRIA Y EL MERCURIO
Una ministra en Torrelavega

La factoría Solvay en Torrelavega /España)

La expectación podía haber sido intensa. Sin embargo, la reciente visita de la ministra de Trabajo del Reino de España, Fátima Báñez, a la ciudad cántabra de Torrelavega y sus industrias (12 de mayo de 2015) quedó en nada. Peor aún, quedó en bochorno y estupefacción para quienes esperaban respuestas.

La señora ministra, atentamente recibida por políticos regionales de su partido (Partido Popular) y por destacados empresarios del lugar, declaró tras la visita que empresas como la multinacional belga Solvay eran un modelo de “la innovación y el talento como forma de competir”. Una rotunda afirmación que fue ampliamente difundida por los medios regionales y que merece una ligera reflexión.

Solvay Torrelavega es una de las industrias químicas más antiguas de Cantabria. Tan vieja que es de las pocas que todavía conservan el sistema de celdas de mercurio para producir Cloro sosa (Chlorine). El sistema, aplicado por el químico belga M. Ernesto Solvay en sus industrias desde 1892, es altamente contaminante y ha convertido la cuenca baja del río Besaya, donde vierten las aguas residuales de Solvay, en un sumidero y depósito de mercurio. Hay tanto mercurio, que Suances, la Ría de San Martín y el viejo puerto de Requejada son áreas “intocables”, a causa de la brutal acumulación del metal en los fangos, arenas y aguas circundantes.

En el año 2004, la planta Solvay Torrelavega emitía, según datos del EPER (Inventario Europeo de Emisiones Contaminantes) unos 74 kg de mercurio anuales al aire de Torrelavega y otros 66 Kg a las aguas de la zona (fluviales y marinas). En el año 2009, gracias a las medidas correctoras impuestas desde Bruselas, las emisiones se habían reducido a 49 Kg anuales de mercurio, con 27 Kg a la atmósfera.

En el resto del planeta, el sistema utilizado por Solvay desde finales del siglo XIX estaba siendo desmantelado. Si en 2002 había en el mundo civilizado 90 plantas de producción de cloro que utilizaban el sistema de celdas de mercurio (producción de 9.000 toneladas/ año), en 2011 se había reducido a 53 fábricas que producían 5.200 Tn/año. La razón era la progresiva sustitución de un procedimiento altamente contaminante por el sistema llamado “de membrana”. La propia multinacional Solvay estaba inmersa en este proceso de reconversión (innovación) en sus variadas factorías.

Solvay cambió el método de celdas de mercurio en sus plantas de Rosignano (Italia) en 2006; de Bussi (Italia) en 2007; de Santo André (Brasil) en 2009; de Lillo (Bélgica) en 2012 y de Tavaux (Francia) en 2013. En ese último año, de las 13 fábricas de cloro que operaba Solvay en el mundo, solamente cuatro mantenían el venenoso sistema, con dos en España, una en Bélgica y una en Argentina. Entre tanto, la normativa comunitaria se ponía seria (sin exagerar) ante uno de los metales pesados más dañinos para la salud humana (destruye el sistema nervioso) y para la biosfera, exigiendo el cierre de nuestras minas de Almadén, convirtiendo la simple posesión de un termómetro de mercurio en delito (Suecia) y declarando al mercurio como el enemigo público número uno de Europa y de los europeos.


La ministra Báñez posa, rodeada de autoridades, políticos y directivos empresariales, en el día de su visita a la planta Solvay de Torrelavega

No obstante, el día 12 de mayo de 2015 la planta Solvay Torrelavega resultaba ser para la ministra de Trabajo, Fátima Báñez un brillante ejemplo de innovación y competitividad. Funcionando todavía con el sistema de celdas de mercurio, y con el plazo del 1 de diciembre de 2017 como límite impuesto por Europa para el cese definitivo de las emisiones, la matriz de la multinacional tenía dos opciones: reconvertir la fábrica de Torrelavega, como ha hecho con las cinco antes citadas, o bien olvidarse de la innovación y apagar la luz.

Al parecer, en diciembre de 2014 optó por la segunda elección. No tuvo la deferencia de advertir de su renuncia a la Innovación a la señora ministra. A los trabajadores les dijeron que invertir unos 30 millones de euros en desmantelar las celdas, limpiar el lugar de todo rastro de mercurio y reemplazarlo por el método de membrana no les resulta rentable. La intención de la empresa belga es cerrar esta línea de negocio, quizá venderlo y recolocar (poner en la calle) a los 120 trabajadores dedicados hasta ahora al cloro. Todo un ejemplo de innovación y de talento en la forma de competir y crear empleo en una comarca y una región castigada por la desindustrialización. Hay que señalar que el día de la visita a Solvay, la ministra y su cortejo se cuidaron muy mucho de asomarse a otra gran fábrica de Torrelavega, la Sniace, modelo de innovación

Cabe preguntarse qué clase de delirio paranoico afecta a determinados líderes de nuestro reino cuando entran en Campaña Electoral y caen profundamente sumergidos en la pesadilla de convencer a los votantes. Uno se pregunta qué clase de “Asesores”, maravillosamente remunerados con el dinero de nuestros impuestos, les susurran al oído una sarta de mentiras, medias verdades e idioteces que los estupefactados receptores del mensaje sueltan sin el menor rubor. Esas frases sin sentido son luego reproducidas, al pie de la letra, por algunos de los medios de comunicación más estúpidos y aborregados de Europa.

Uno se pregunta qué clase de ciudadanos leen esos medios de comunicación y se tragan, sin masticar ni ensalivar adecuadamente, estos pomposos y recocidos guisos largados por los políticos, y que luego digieren en sus reblandecidas meninges sin padecer ictus cerebrales o migrañas, sin emitir un solo eructo, sin lanzar una ligera ventosidad, sin la menor acidez, pestilencia o mínimo retortijón. Los embustes les sientan tan estupendamente que corren presurosos a votar al embustero en cuanto les dejan.

Desde aquí, en vísperas de acudir a las urnas, un muy sentido recuerdo para todos los ciudadanos azogados en el entorno de Solvay Torrelavega, planta modelo de innovación y modernidad.