CRISIS ENERGÉTICA Y
CAMBIO CLIMÁTICO
El estéril debate – 2
Se escucha de todo, como en la feria. Después de una primera fase de simple negación del cambio climático, se
pasó a otra, más sutil y elaborada, que desviaba la responsabilidad del supuesto cambio
a fenómenos naturales: la Tierra desviándose de su eje, fuertes actividades
solares y tormentas de plasma, ciclos históricos apoyados en largas
formulaciones,… Todo ello fruto de un encomiable esfuerzo por animar el debate.
El problema es que resulta desesperadamente estéril confrontar en un debate
hechos y números con adjetivos y sentimientos.
Como irrecuperable escéptico,
mantuve dudas sobre el origen del cambio climático. Hasta que descubrí cómo
era posible analizar la composición de la atmósfera del pasado analizando el
aire apresado, en forma de diminutas burbujas, en los hielos profundos y viejos de la
Antártica y de Groenlandia. Cientos, miles de perforaciones para extraer
cilindros de hielo fósil y reconstruir la evolución de nuestra atmósfera en los
últimos miles de años, hasta llegar a este conocido gráfico.
La única novedad en el dibujo la
ha puesto David MacKay, jefe de la asesoría científica del Ministerio de
Energía y Cambio Climático del Reino Unido y profesor de Física en Cambridge. Miramos
la curva y se comprueba que en el último tercio del siglo XVIII despega con brío el
aumento del CO2 en la atmósfera. La gráfica se pone casi vertical, como la ascensión de un cohete, y se pierde por
las alturas. Mi homologable conocimiento de la historia me dice que, por esas esas fechas, reinaba en España Carlos III, empezaba a fraguarse los Estados Unidos y se acercaba la Revolución Francesa. Pero, entre reyes, pelucones y revoluciones, mientras Mozart componía su maravillosa música, debió pasar algo muy serio en el planeta. Un verdadero acontecimiento, silencioso y oculto. Un movimiento lento e imperceptible, pero de la mayor
importancia.
Para MacKay, ese acontecimiento no es otro que el comienzo de la Revolución Industrial. Más concretamente, el inicio de esa Revolución viene marcado por la aparición de la primera máquina movida con vapor y patentada en el año 1769. Su inventor, el ingeniero escocés James Watt (1736 – 1819), había colocado las bases del Imperio Británico y empezado a alimentar el cambio climático que hoy nos ocupa.
La primera utilidad de la máquina
de Watt, alimentada con carbón, fue para bombear el agua en las minas de
carbón. Eso ayudó, y mucho, a aumentar la extracción y explotar nuevas vetas y galerías. Luego, la máquina anidó en las fábricas de textiles y movió las hélices de los nuevos buques de vapor. La producción en las minas en el Reino Unido se duplicó cada
veinte años hasta alcanzar un crecimiento exponencial, antes del declive
iniciado en 1910 y su reemplazo por el petróleo. Lo cierto es que, en pleno
reinado de la Reina Victoria, las reservas en carbono de Islas Británicas eran
el equivalente a la Arabia Saudita de hoy.
No parece muy necesario buscar
más explicaciones para el cambio climático, aunque siempre son bienvenidas nuevas teorías que animen el
cotarro.