CAMBIO CLIMÁTICO EN ESPAÑA
Panorama desolador
Mientras el Presidente del Gobierno
del Reino de España se desplaza a París, para asistir a la solemne inauguración
de la COP 21, escucho la Cadena SER de radio. Es una de las emisoras más
prestigiosas del país y empieza su programa estrella de la mañana con una
referencia al encuentro de París.
Varios tertulianos se suceden
al micrófono y comentan su escepticismo por el desenlace de la Conferencia
sobre el cambio climático, ya que la ciudadanía debería tener mucha más
conciencia. En definitiva, el cambio climático es asunto de todos nosotros y
deberíamos ser más conscientes en nuestra vida diaria ¿Cómo?
¡Bah! Es muy sencillo. Para los periodistas que hablan, lo que deberíamos hacer es comer menos carne, usar menos el
coche, encender menos la calefacción y reciclar mejor nuestras basuras. Y ya
está. Los gobiernos poco pueden hacer si nosotros no nos comprometemos a llevar
a cabo sencillos gestos cotidianos: volvernos vegetarianos moderados, apagar
luces para vivir en la penumbra, caminar mucho o apretujarnos en
atestados y caros transportes colectivos, ponernos bufanda en casa y trabajar reciclando
para mantener un sistema de gestión de residuos obsoleto e ineficiente.
Con esta mentalidad se
perpetúa la letanía de la responsabilidad individual en el cambio climático, ya
que el Estado poco o nada puede hacer a la hora de combatir las emisiones de
gases de efecto invernadero que están recalentando la Tierra. Si lo hiciera, aplicando
regulaciones y normativas, estaría atacando gravemente al sistema económico del
libre mercado.
Pero las cosas no son exactamente
así. Los tertulianos de la Cadena SER pasan de largo sobre el verdadero
problema del cambio climático y se refugian en lugares comunes que embrutecen
al ciudadano un poco más cada día. Les voy a exponer un caso que relativiza las
responsabilidades en la gestación del cambio climático y reparte con más
cuidado y justicia las bofetadas.
La bofetada del Flaring
Si se pregunta a diez mil
ciudadanos españoles qué es el “flaring”, en el rostro de 9.999 se dibujará la tierna sonrisa de la
ignorancia profunda. Con suerte, uno de cada 10.000 podrá decir que el “flaring”
es una práctica que se ve en las antorchas que arden con llamaradas
espectaculares, las 24 horas del día, en la práctica totalidad de las
instalaciones petroquímicas, especialmente en los pozos de petróleo y en las plataformas
marinas dedicadas a la explotación del crudo.
Muy bien. Ya sabemos qué es el
“flaring” porque la mayoría hemos visto esas torres de acero rematadas por llamas
que brillan en la noche y que atraen nuestra atención al pasar cerca de una
refinería o de instalaciones similares.
El “flaring” es un mecanismo
de seguridad. En dos palabras, al extraer petróleo del subsuelo, éste viene
acompañado de gran cantidad de gases y de variadas mierdas (con perdón) . Esos gases son
altamente inflamables (metano) y suponen un riesgo para las instalaciones, por
lo que deben separarse del crudo y tratarse adecuadamente. Lo idóneo, ya que se
trata de gas natural, sería recogerlo y emplearlo como combustible. Pero no
siempre resulta fácil. Sobre todo, representaría un coste empresarial indeseable, así que
se manda a un mechero y se quema en la atmósfera.
El gas natural de los pozos no
viene sólo. Por el mechero se queman o envían al aire el metano mal quemado, el
detestado azufre (SO2), ingentes cantidades de CO2,
hidrocarburos aromáticos cancerígenos, como benceno, tolueno, xileno y
benzopireno, además de metales pesados como el mercurio, vanadio y cromo junto
a gases radioactivos (Radón).
Flaring en yacimientos de la península arábiga |
Los cálculos más optimistas
indican que en 2013 se emitieron a la atmósfera unos 150.000 millones de metros
cúbicos de gases a través de las antorchas del “flaring”, situadas
principalmente en Rusia, Nigeria, Irán, Irak, Estados Unidos, Argelia,
Kazastán, Arabia Saudita y Venezuela. Esa cantidad equivale al 30% del gas natural
que toda Europa consume en un año.
Expresado en otra unidad de
medida, el “flaring” supone la emisión
anual de entre 300 y 400 millones de toneladas de CO2, según
recoge el Banco Mundial. La cifra es igual a las emisiones de todos los coches
de Francia, Alemania y Reino Unido juntos y durante un año (unos 80 millones de
automóviles).
El problema es considerable.
El Banco Mundial ha puesto en marcha la iniciativa “Zero Routine Flaring” by 2030, que busca reducir en un 40% las emisiones de
esta fuente a nivel mundial desde 2015 hasta 2030. Un puñado de países y
grandes corporaciones petroleras se han adherido al proyecto en muy señalados
yacimientos, pero supone un reto económico pues necesita de cuantiosas inversiones
y los bajos precios del barril de petróleo son un formidable obstáculo.
Otro freno a la eliminación de la pesadilla es
el descontrol gubernamental. Nigeria, que aparece como segundo emisor de gases
a través de “flaring” de sus pozos en el Delta del Niger y en sus costas, tiene
prohibida esta práctica petrolera desde 1984. La total desobediencia a esta
norma impulsó una nueva prohibición en 2010, también ineficaz. Otros países
productores han sido más eficaces, como es el caso de Rusia, al haber logrado
reducir su “flaring” en un 40% a lo largo de la última década.
Flaring en Nigeria. Allí ni emplean torres y queman el gas a ras del suelo Excelente ocasión para asar comida sazonada con hidrocarburos aromáticos. |
El Banco Mundial indica que
los gases derrochados mediante esta técnica obsoleta podrían bastar para
proporcionar energía eléctrica a todo el continente africano, al generar hasta
750.000 millones de kilowatios.
Una vez explicado tan turbio
asunto, la próxima vez que le digan que usar el coche privado es un gran pecado
contra el clima global, recuerden que las emisiones de su cochecito son una minúscula
gota en el océano de las emisiones causadas, impune y masivamente, por el “flaring”
petrolero.
No. La responsabilidad del cambio climático no es sólo del ciudadano. Por encima de todo es responsabilidad de los gobiernos y de las empresas. Pero es más fácil
culpabilizar al ciudadano y olvidar la fría realidad de un sistema hipócrita y sumido en las tinieblas informativas. Las emisoras de radio de la Cadena SER, con sus frívolos locutores y periodistas, deberían tomar nota y dejar de tratar
como un dócil e imbécil rebaño de borregos a su audiencia.