SOMOS LO QUE COMEMOS
Quesos y merluzas
El sábado 11 de mayo me detenía
en un semáforo de la avenida Hernán Cortés, en el centro de Cáceres (España).
Fuera, el termómetro de una Farmacia indicaba 34º centígrados para recordar que
estábamos en plena ola de calor. Al lado, el escaparate de una tienda de
productos típicos extremeños anunciaba Tortas del Casar (un mantecoso queso
local) a precio supuestamente atractivo: 16,95 euros el kilo. Algo me zumbó en
los oídos. El semáforo se puso verde y arranqué buscando la salida de la
ciudad, rumbo a Valencia de Alcántara.
Girando por las sucesivas
rotondas que dan acceso a un Carrefour, recordaba la consigna de “consumir
productos locales”, de evitar en lo posible importar alimentos desde países
lejanos para disminuir los costes ambientales del transporte. Comparaba el
kilo de Torta (16,95 €) y el kilo de Merluza del Cabo (6,30 €) vendido en
grandes superficies, como en la estupenda pescadería del Carrefour que iba
dejando atrás. Las cuentas no me cuadraban.
La exquisita Torta del Casar funde a temperatura ambiente |
Una Torta del Casar se produce a
10 kilómetros de Cáceres con leche de ovejas autóctonas, criadas en las dehesas
circundantes y con mano de obra local. Su transporte puede hacerse en bici y es
un recurso alimenticio renovable y sostenible, ya que no se destruyen vidas y
no se afecta a los ecosistemas naturales, salvo para mejorarlos. En la
elaboración de la Torta intervienen muy pocas personas (pastor, esquilador, ordeñador,
quesero, distribuidor, vendedor) y apenas existe consumo de energía.
La merluza del cabo (Merlucius capensis) es un recurso
alimenticio obtenido mediante complejos y costosos medios. Para conseguir un
kilo de merluza hay que disponer de acuerdos internacionales, licencias de
pesca y someterse a bien engrasadas redes comerciales. Los buques y artes de pesca que
atrapan, limpian, evisceran y congelan las merluzas son máquinas y artefactos costosos
de fabricar y de mantener, consumen mucha energía fósil y son tripulados por
trabajadores especializados, no siempre bien pagados a pesar de ejercer una
actividad muy dura y peligrosa. Además, detrás de la pesca de un kilo de
merluza hay un constante esfuerzo científico por conocer y gestionar el
caladero correctamente.
Arrastrero faenando en aguas del Atlántico Sur, frente a Sudáfrica |
Una vez en tierra (africana), las
merluzas tienen que ser pesadas, empaquetadas y enviadas a 8.000 kilómetros de
distancia en las bodegas de un mercante frigorífico, con abundante consumo de
energía y gracias al trabajo de otros marinos especializados. Desde el puerto
de desembarco, las merluzas soportan un delicado proceso comercial, que no rompa la cadena del frío, y que las distribuye
por toda la geografía española en camiones frigoríficos, con más consumos
energéticos.
Llegadas a destino, las merluzas deben ser descongeladas con mucha
profesionalidad y bien presentadas en expositores recubiertos de
nieve artificial, con gran peligro para la fragilidad y duración del producto. Los
vendedores, perfectamente uniformados, saben cómo limpiar el cuerpo de la
merluza para terminar entregando al consumidor filetes perfectos, sin anisakis, sin escamas ni espinas, listos para ser
consumidos.
Merluza del Cabo, vendida descongelada |
Al llegar a Malpartida de Cáceres
me preguntaba ¿Por qué el kilo de Torta del Casar cuesta casi tres veces más
que el kilo de merluza africana? Alguien, o algo, tienen que estar saliendo
excesivamente beneficiado o dramáticamente perjudicado en esta esquizofrénica
comparación. Al inteligente lector le corresponde darle vueltas a la pregunta y
resolver el enigma.
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