LAS PENAS y ALEGRÍAS DEL MEDIO AMBIENTE, sus políticas y sus políticos.

viernes, 18 de mayo de 2012


SOMOS LO QUE COMEMOS
Quesos y merluzas


El sábado 11 de mayo me detenía en un semáforo de la avenida Hernán Cortés, en el centro de Cáceres (España). Fuera, el termómetro de una Farmacia indicaba 34º centígrados para recordar que estábamos en plena ola de calor. Al lado, el escaparate de una tienda de productos típicos extremeños anunciaba Tortas del Casar (un mantecoso queso local) a precio supuestamente atractivo: 16,95 euros el kilo. Algo me zumbó en los oídos. El semáforo se puso verde y arranqué buscando la salida de la ciudad, rumbo a Valencia de Alcántara.

Girando por las sucesivas rotondas que dan acceso a un Carrefour, recordaba la consigna de “consumir productos locales”, de evitar en lo posible importar alimentos desde países lejanos para disminuir los costes ambientales del transporte. Comparaba el kilo de Torta (16,95 €) y el kilo de Merluza del Cabo (6,30 €) vendido en grandes superficies, como en la estupenda pescadería del Carrefour que iba dejando atrás. Las cuentas no me cuadraban.

La exquisita Torta del Casar funde a temperatura ambiente

Una Torta del Casar se produce a 10 kilómetros de Cáceres con leche de ovejas autóctonas, criadas en las dehesas circundantes y con mano de obra local. Su transporte puede hacerse en bici y es un recurso alimenticio renovable y sostenible, ya que no se destruyen vidas y no se afecta a los ecosistemas naturales, salvo para mejorarlos. En la elaboración de la Torta intervienen muy pocas personas (pastor, esquilador, ordeñador, quesero, distribuidor, vendedor) y apenas existe consumo de energía.

La merluza del cabo (Merlucius capensis) es un recurso alimenticio obtenido mediante complejos y costosos medios. Para conseguir un kilo de merluza hay que disponer de acuerdos internacionales, licencias de pesca y someterse a bien engrasadas redes comerciales. Los buques y artes de pesca que atrapan, limpian, evisceran y congelan las merluzas son máquinas y artefactos costosos de fabricar y de mantener, consumen mucha energía fósil y son tripulados por trabajadores especializados, no siempre bien pagados a pesar de ejercer una actividad muy dura y peligrosa. Además, detrás de la pesca de un kilo de merluza hay un constante esfuerzo científico por conocer y gestionar el caladero correctamente.

Arrastrero  faenando en aguas del Atlántico Sur, frente a Sudáfrica 

Una vez en tierra (africana), las merluzas tienen que ser pesadas, empaquetadas y enviadas a 8.000 kilómetros de distancia en las bodegas de un mercante frigorífico, con abundante consumo de energía y gracias al trabajo de otros marinos especializados. Desde el puerto de desembarco, las merluzas soportan un delicado proceso comercial, que no rompa la cadena del frío, y que las distribuye por toda la geografía española en camiones frigoríficos, con más consumos energéticos.

Llegadas a destino, las merluzas deben ser descongeladas con mucha profesionalidad y bien presentadas en expositores recubiertos de nieve artificial, con gran peligro para la fragilidad y duración del producto. Los vendedores, perfectamente uniformados, saben cómo limpiar el cuerpo de la merluza para terminar entregando al consumidor filetes perfectos, sin anisakis, sin escamas ni espinas, listos para ser consumidos.

Merluza del Cabo, vendida descongelada

Al llegar a Malpartida de Cáceres me preguntaba ¿Por qué el kilo de Torta del Casar cuesta casi tres veces más que el kilo de merluza africana? Alguien, o algo, tienen que estar saliendo excesivamente beneficiado o dramáticamente perjudicado en esta esquizofrénica comparación. Al inteligente lector le corresponde darle vueltas a la pregunta y resolver el enigma. 

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