VACAS Y ECOLOGÍA
La larga sombra del
ganado
A todos esos animales
que mueren sin haber vivido
“Livestock´s long shadow” es el título del estudio que la FAO (Food and Agriculture Organization – ONU)
publicó, en el año 2006, sobre el
impacto ambiental de la ganadería sobre el planeta y sus recursos. Han pasado
seis años desde entonces y el número de cabezas de ganado en el mundo sigue
creciendo a ritmo trepidante. ¿La causa? Además de la demografía explosiva, la población de los BRIC
(Brasil, Rusia, India, China) está cansada de tanto fideo y arroz
con verduras, dispone de dinero y quiere comer filete varias veces a la
semana. Faltaría más.
Si el ganado mundial aumenta,
crecen las necesidades de alimentarlo. China no tiene suficiente tierra fértil donde
sembrar la soja o el forraje para sus cochiqueras y granjas de
pollos. Por eso “alquila” tierras en Argentina y en África donde producir
piensos (¡La nueva riqueza de la Pampa argentina!). Brasil dispone de la
Amazonia para arrasarla y sembrarla de soja. Entre los miles de millones de ciudadanos de los BRIC se está produciendo un cambio de cultura
alimenticia, lo que engendra cambios en los cultivos de medio mundo.
Campos de soja en Amazonia |
En Europa, y en España, los nutricionistas advierten que el excesivo consumo de carnes rojas daña a nuestro organismo. Desde hace mucho tiempo sabemos que también afecta al entorno. Si la cría de ovejas, cabras, cerdos y pollos tiene un pase, la
cría del bovino (vacas, terneros y bueyes, para entendernos) con la única finalidad de comerse sus chuletas es una irracionalidad económica y ambiental cargada, encima, de subvenciones.
El ganado vacuno es
un intruso en el paisaje europeo. Llegado en tiempos remotos desde Asia, fue adoptado como exótico animal mitológico por la culturas del Mediterráneo y como bestia de trabajo por su potencia y resistencia. A ninguno de nuestros ancestros se
le habría ocurrido criar vacas y bueyes con el único propósito de cebarlos y zampárselos.
Eran demasiado valiosos.
Pero la vaca hace daño. Criada de forma extensiva, es
decir, en campo abierto, compacta los suelos con su peso y sus
pezuñas favoreciendo la erosión. Contamina las aguas de escorrentía, derriba
árboles para comer sus hojas (una amenaza para las dehesas jóvenes) y sus heces
son un mediocre fertilizante natural,si las comparamos con las de ovejas y
cabras. La cría intensiva del vacuno, encerrado en establos, contamina las aguas y los acuíferos con sus purines, con los restos de
antibióticos, hormonas y con los pesticidas usados en el cultivo del forraje que come (el 37% de los pesticidas se usan en cultivos de forraje para animales). Si
vemos la comparación del consumo de agua, resulta ilustrativo el despilfarro de criar vacas.
Vaca de engorde - 33 litros por animal y día
Cerdo de engorde
- 6,2 litros por animal y día
Oveja de engorde
- 4,4 litros por animal y día
Pollo de engorde - 0,7
litros por animal y día
Además, como rumiante, el sistema
digestivo “entérico” de los rumiantes emite a la atmósfera
el 37% de todo el metano de origen “antrópico”. Eso significa que, según los
análisis del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático – Naciones
Unidas), los rumiantes (ganado bovino y ovino) son responsables de entre el 15% y el 18% del
total de los gases de efecto invernadero en el mundo. Sus
estiércoles desprenden el 65% del NO (monóxido de nitrógeno) que se encuentra
en la atmósfera, contribuyen a la acidificación del suelo e inyectan la mayoría
del Fósforo (en forma de fosfatos) presente en los suelos y las aguas.
Nuestra ridícula civilización es
capaz de todo esto y mucho más. Por ejemplo, no le importa necesitar siete
kilos de proteínas vegetales para conseguir un kilo de proteína de carne. No le
importa destinar el 26% de las tierras emergidas a pastizales para animales.
Tampoco se inmuta destinando el 33% de las tierras arables de la Tierra al
cultivo de forrajes para obtener carne. Lo importante es el filete, no los
miles de millones de personas que se podrían alimentar con las proteínas
vegetales brotadas de esas tierras.
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