CAMBIO CLIMÁTICO Y PARIS
El Acuerdo de las Partes entrará pronto en vigor
Parece una burla descarada y
seguramente lo es. Firmado el pasado 12 de diciembre por 189 naciones (la Partes), el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático ha sido ya
ratificado por 61 países que, entre todos, suman algo más de 47% de las emisiones de gases de
efecto invernadero. Hasta aquí la noticia registrada el
pasado 23 de septiembre.
Según el Acuerdo, para su entrada en vigor es necesaria la ratificación de 55 naciones y que dichas
naciones sumen más del 55% de las emisiones mundiales. Superada ya la primera
condición (hay ya 61 ratificaciones). Ahora falta por reunir otro 8% de
emisiones para que se cumplimente la segunda condición. Es casi seguro que antes
de final de año se consiga, ya que falta la ratificación de los 28 estados de la Unión
Europea, con cuyas emisiones (9% del total) se alcanzará ese 55%.
Sin duda es una excelente noticia. Fuera del Acuerdo mundial ha quedado un puñado de naciones en
guerra, muy enfadadas, en ruina o de tipo fanáticomedieval (Iraq, Siria, Yemen,
Nicaragua, Niue, Arabia Saudita, Turkmenistán y Uzbekistán). Por si no lo
saben, Niue es una isla del Pacífico donde viven 1.200 personas.
Sin embargo, los firmantes tienen por delante un
compromiso casi imposible de cumplir. En realidad, y aunque termine entrando en
vigor, el Acuerdo de París es papel mojado desde el momento
en el que no contiene regulaciones que obliguen a cumplir las reducciones. En
definitiva, consiste en 29 artículos poéticos y repletos de buenas intenciones, pero parecido a un
sueño imposible que nuestros políticos, plenamente ¿conscientes? de su nulidad,
se apresurarán a firmar ante las cámaras con trazo elegante y sonrisa bovina.
¿Por qué resulta casi imposible de
cumplir y parece a una burla?
Muy simple. El Acuerdo señala
que deben hacerse todos los esfuerzos "posibles" para que la temperatura media
del planeta no supere en 2º C la que existía al comenzar la Era Industrial. El
plazo para el sueño se marca en el año 2030. Mejor aún, el Acuerdo insiste que, en
realidad y por el bien de la Humanidad, sería muy deseable no superar 1,5 º C.
Siendo optimistas, aunque logremos situarnos en un aumento de 2º C, cumplir con el objetivo no evitará olas de
calor más largas e intensas, que los recursos de agua potable en la cuenca
mediterránea desciendan el 42% (¡Hola Murcia!, ¿Qué tal Almería?), que
perdamos el 15% de los humedales de la Tierra (¡Adios, Doñana!) y que se
destruya la práctica totalidad de los arrecifes de coral (¡Que te zurzan,
simpático Nemo! Nadie te encontrará).
Poniendo toda la pasión y mucha voluntad… ¿El éxito es
posible? Desde luego, siempre que a partir de hoy empecemos a quemar un
15% menos de carbón, petróleo y gas que ayer y nos mantengamos así para siempre. Si buscásemos reducir el aumento a los 1,5º C, la cosa se pone más complicada, al ser preciso reducir el
consumo en un 40%. Hay que beber mucho vino tinto para creerlo. Por
lo que se observa en el día a día, nuestra sociedad industrial y neoliberal no lleva ese camino. Sobre todo en ciertos
países.
De momento, los señores del
petróleo siguen bombeando crudo a un ritmo frenético, inundando los mercados y
manteniendo el precio en el entorno de los 45 dólares por barril. El gas natural vive tiempos
felices, con grandes proyectos para mover coches y buques en todo el mundo. Es
verdad que a la hora de buscar y poner en explotación nuevos yacimientos las empresas se muestran reticentes, a causa de los bajos precios del petróleo. Pero siguen amenazando los posibles yacimientos del Ártico, mientras que los del fracking siguen apretando las tuercas a los políticos.
Seamos sinceros: hay otras soluciones para compensar la creciente presencia de gases de efecto
invernadero en nuestra atmósfera, aliviando así los recortes en combustibles fósiles. Una consistiría
en aumentar los sumideros naturales de carbono, creando más bosques y muchas más praderas. Desgraciadamente, tanto aceite de palma industrial, tanto cultivo de soja para piensos robado a las selvas vírgenes, tanta sequía y tantos incendios no ayudan. Éste no parece ser un camino alternativo y seguro.
Otra solución consiste en reemplazar a los combustibles fósiles con biofuel. Lo malo es que se necesitarían cultivar
100.000.000 de hectáreas (tres veces la superficie de la India) con vegetales energéticos. Si dedicas esa tierra fértil a cereales destinados a ser convertidos en combustible para coche, habrá que ver cómo
se alimentan 8.000 millones de bocas.
La siguiente idea es
perfeccionar los sistemas de captura del exceso de CO2 en la atmósfera, para luego inyectarlo a presión bajo tierra. Hay algunas instalaciones piloto aquí y allá, pero son juguetes
de niños ricos y no hay dinero para implantarlas de forma masiva. Además, ¿quién
garantiza que el carbono sepultado se quedará ahí abajo tan tranquilo?
Con lo ya expuesto, la humanidad
tiene ante sí tres caminos, como señala el visionario George Monbiot.
El primero es cumplir el
Acuerdo de París, reduciendo la quema de hidrocarburos y creando, desde este momento, millones de empleos en el mundo gracias al desarrollo de las energías
renovables y de las instalaciones domésticas de generación (el detestado autoconsumo). Son empleos que no pueden
deslocalizarse y que utilizan los recursos energéticos de cada nación.
El segundo es seguir como hasta ahora, obedeciendo a las leyes del estúpido mercado y de los especuladores que juegan a la ruleta rusa con los recursos naturales y nuestro futuro como especie inteligente. Es un
camino sin salida, porque los hidrocarburos se agotarán, no se avanzará en la
Transición energética, o se hará de forma patosa y dispersa. En pocos años regresaremos a los
140 dólares por barril y los superaremos. La fiesta acabará con otra crisis financiera global y otra
violenta ruptura económica que destruirá millones de puestos de trabajo y empobrecerá a la humanidad.
La tercera vía es la que utilizamos en estos momentos: bombear crudo sin límite, agotar los yacimientos
convencionales y baratos, no innovar y no invertir en energías renovables (incluso
torpedearlas, como se hace en España), jugar con la idiotez del Fracking y de las
pizarras bituminosas, y que los Estados sigan subvencionando los combustibles
fósiles con cantidades galácticas de euros, dólares, yuanes y rublos con las que, de paso y necesariamente, se contamina y pudre a los peores políticos que el mundo ha conocido en los últimos 40 años. Este tercer camino no es que fomente el imparable Cambio Climático, sino que conduce la catástrofe climática.
Hay esperanzas. Son
pequeñas, pero se descubren en las páginas interiores de cierta prensa. En estos días, empresas españolas (Iberdrola y
Navantia) ponen a punto las primeras estructuras de un formidable campo eólico
marino destinado a las aguas costeras de Alemania (campo Wikinger, 80 aerogeneradores,
400 MW). ¡Quién lo pillara para instalarlo en aguas de Tarragona!, en lugar de mantener esa chatarra de plataforma que provoca terremotos (Proyecto Castor).
Más
ilusión. El gobierno de Suecia acaba de bajar los impuestos a todos los
negocios y empresas dedicadas a las reparaciones de todo tipo, para ayudar a que los suecos
conserven por más tiempo sus máquinas y vehículos, limitando el derroche consumista. Más aún.
El Parlamento de Holanda acaba de aprobar de aprobar (77 votos contra 72) la reducción en un 55% sus emisiones de
carbono para el año 2030, ayudando a cumplir el Acuerdo de París. Para ello, habiendo previamente cerrado cinco de sus diez plantas termoeléctricas
de carbón, han decidido cerrar las cinco restantes. Holanda ya no quemará más carbón.
Lo que decida hacer el Reino de España es un misterio aunque, conociendo el empuje, la audacia y la fina inteligencia de nuestros veteranos líderes, sabremos estar a la altura de las circunstancias. De momento y como pista de sus intenciones, el actual gobierno se parapeta en su interinidad para no firmar la Ratificación del Acuerdo de París. Será el único estado miembro de la Unión Europea que no lo haga, aunque funcione un Parlamento soberano capaz de legislar y de aprobar tratados internacionales. Los amigos petroleros y eléctricos del gobierno en funciones sonríen satisfechos.
Lo que decida hacer el Reino de España es un misterio aunque, conociendo el empuje, la audacia y la fina inteligencia de nuestros veteranos líderes, sabremos estar a la altura de las circunstancias. De momento y como pista de sus intenciones, el actual gobierno se parapeta en su interinidad para no firmar la Ratificación del Acuerdo de París. Será el único estado miembro de la Unión Europea que no lo haga, aunque funcione un Parlamento soberano capaz de legislar y de aprobar tratados internacionales. Los amigos petroleros y eléctricos del gobierno en funciones sonríen satisfechos.